Actualmente habitamos el planeta cerca de 8.000 millones de personas. Con una población que no deja de aumentar, el mundo es cada vez más urbano y menos rural. Crecen las desigualdades entre el campo y la ciudad, pero también dentro de las propias ciudades, aumentando el número de barrios pobres que rodean a los núcleos urbanos. Las previsiones de la ONU apuntan a que en el año 2050 dos de cada tres personas vivirán en ciudades o centros urbanos. En España, el 80% de la población vive actualmente en ciudades, según el “Informe España 2050” elaborado por el Ministerio de la Presidencia en 2021. Los datos reflejan que este problema va a ir a más y puede ser un buen momento para hacer balance de las implicaciones de la vida en la ciudad.
¿Las ventajas de vivir en la ciudad realmente compensan los efectos negativos?
Las personas se aglomeran en las ciudades aspirando a encontrar ahí un lugar donde desarrollar su proyecto de vida, entendiendo que será mejor que hacerlo en un área rural porque será más fácil encontrar un empleo y contar con los servicios que necesitan para hacer realidad ese modelo de vida al que aspiran. La realidad urbana actual es muy distinta: no es fácil encontrar un empleo que responda a la cualificación de cada persona trabajadora, los servicios públicos principales tienden a estar masificados, el tiempo se malgasta en atascos y el contador del gasto de los hogares se acelera por los elevados precios, especialmente de la vivienda, y el bombardeo incesante de impactos publicitarios.
Este estilo de vida estresante, combinado con altas dosis de contaminación y una alimentación poco saludable, puede tener un impacto negativo en la salud de los urbanitas, incluso en su salud mental. Un estudio de la Universidad de Heidelberg en Mannheim (Alemania) y publicado en la revista Nature, demostró que los trastornos del estado de ánimo y de ansiedad son más prevalentes entre los habitantes de las ciudades y la incidencia de la esquizofrenia aumenta considerablemente en las personas nacidas y criadas en las ciudades. “Las estructuras cerebrales específicas en personas de la ciudad y del campo responden de manera diferente al estrés social y el estrés es un factor importante que precipita los trastornos psicóticos, como la esquizofrenia”, comenta el psiquiatra Andreas Meyer-Lindenberg, director del estudio y del Instituto Central de Salud Mental de Mannheim.
¿Y si hacemos balance en términos de sostenibilidad?
La polarización territorial es una de las megatendencias más destacadas de la globalización del siglo XXI. Así, mientras las ciudades sacan provecho de las economías de aglomeración, generando dinámicas virtuosas de productividad, empleo y ganancias económicas, municipios pequeños y zonas rurales padecen situaciones de estancamiento y declive que afectan negativamente a la vida de sus habitantes.
Por otro lado, la sobreexplotación de los recursos naturales se distribuye de forma desigual entre el medio urbano y el rural: según datos de Naciones Unidas, las ciudades ocupan solo el 3% de la tierra, pero representan alrededor del 75% de las emisiones de carbono mundiales y entre el 60% y el 80% del consumo de energía.
Ante este panorama, es fácil reconocer que el actual modelo de desarrollo basado en la aglomeración de personas en las ciudades no es sostenible: el impacto de las ciudades sobre el planeta, en términos de contaminación, consumo de recursos y generación de residuos, es muy superior que el de los pueblos.
Quizás sea el momento de que los seres humanos reflexionemos sobre el actual paradigma habitacional y si realmente merece la pena vivir en la ciudad.